Me encontraba volando luego de un trabajo en el inframundo. No había muchas cosas importantes que hacer y simplemente me quede haciendo ronda en el camino de las ánimas. No faltaba nunca el alma que, de mala forma, intentaba incumplir con el castigo que da el inframundo y sobre todo escaparse de mi vista y pasar desprevenida. Claramente en aquellos casos el castigo era el máximo, los mil años de soledad y desamparo. No había indulgencia, ni amparos, ni perdones en nuestro territorio y el encargado de ejercer ese poder y mantener el orden de las almas en los terrenos de nuestro padre, satanás, era yo. Samael el ángel de la muerte. A poco caminar encontré un alma a la que pronto hice volver a donde debía y luego de los gritos y fuertes exclamaciones termine dándole el peor de los castigos, el último piso del inframundo donde no encontraría jamás la paz y el trabajo sería por toda su existencia hasta que su esencia terminase extinguiéndose de cansancio.
Escuchando nuevos gritos que ya afectaban mis oídos fui hasta el lago de las ánimas una vez más y lo recorrí a paso aburrido mirando hacia donde usualmente se escondían las almas, ya eran bastante predecible para mi que llevaba siglos en esto encontrarlas. Pero no encontré almas, sino una chica que tenia cara asustada. Con un cigarro en la boca me quede mirándola un momento y rodé los ojos, me pregunte si debería ir a ayudarle a ... lo que sea que quisiera hacer. En un final me acerque hasta donde estaba
¿qué pretende hacer señorita?
En realidad no sabia que intentaba, pero me eleve hasta llegar a su lado.